quizas.

Aunque el yo poeta que nace cada vez que ella me mira se sienta aprisionado en la paredes de mi cuerpo, esto es un homenaje a la mujer que me empujo a los confines de mi recipicio, es ella la que teme que yo, sea quien soy, ¿puedo cambiarlo?, ¿debo?.

sábado, 22 de diciembre de 2012

Eugenia

¿a qué s refiere usted con hacerce a un lado? El luto de aquella era muy evidente, el rimel corrido por las mejillas y las medias negras con ese vestido entallado confirmaban una gran perdida, un adios inesperado y muchos orgasmos pendientes, la imagino justo ahora en la ventana de su apartamento, allá en un cuarto piso cualquiera con cortinas transaparentes y un cirgarrillo entre los dedos, no hay musica de fondo pero tampoco hay silencio, algo cruje, no estoy seguro si son sus intestinos o el librero que desborda historias en borradores de hojas cuadriculadas prendidas con tachuelas a toda la casa, pero algo cruje, ella lo nota y yo también, desde esta altura puedo ver mi casa, veo incluso como se prenden las farolas a medida que la noche se dovora al día, soy un metiche, un cabrón entrometido con mucho tiempo libre, ella llora, pero eso además de obvio es en extremo aburrido; entonces pienso, ¿y si salta?, ¡se la cargará la chingada!, cuatro pisos son como 12 metros, lo suficiente para dejar regada la masa encefalica, algun par de dientes y de paso alejar el dolor, ese dolor seco y sordo que te acompaña a todas partes... ¿y si salta?, me arrepiento entonces de no tener binoculares, me arrepiento entonces de no haber invitado a Eugenia a pasar la tarde conmigo, me arrepiento de mis pecados por un instante, pero segundos después los pienso de nuevo y me arrepiento de arrepentirme. Llevará para entonces tres horas llorando, presa del tedio salgo a caminar, sigo pensando en ella, las calles tienen algo parecido entre sí, es ese aire distraido que corre entre ellas y mezcla perfectamente el olor de la taqueria con el de la iglesia, sin darme cuenta o quizas intencionalmente llego a su calle, que es la mia, saco del bolsillo interno del saco un cigarrillo y de la bolsa trasera del pantalón unos cerillos y antes de encenderlo alguien grita-¡hazte a un lado! Victima de la depresión y de la gravedad que para mi siempre fueron la misma pendejada soy aplastado por una mujer de medias negras y rimel corrido, entonces, solo puedo pensar en Eugenia.